Reflexiones Sobre EL TRANVIA

© Hugo G. Marraco (1963)
En una ciudad un día
se ignoró el tranvía


Debo estos recuerdos a una conversación que imaginé escuchar en un barcito de Villa Crespo mientras ociaba. (léase al levantarme de la siesta, si la frase es de Borges).
Un circumloquio discursivo sobre un tema aburrido comienza siempre de una manera brillante. Yo comienzo de esta apagada.
Las vías, las vias están todavía. Yo, yo recuerdo solamente... Imaginemos entonces el trémulo temblor que traqueteante y ... ¡No! ¡Yo no tengo imaginación!
Distinguidos méritos le otorgaremos al trole pues de él me acuerdo algo. El trole era la cresta del tranvía, todos, todos los tranvías tenían trole. ¡Sí niños! Era una vara de hierro que, desde el techo del tranvía, llegaba hasta el piolín que siempre había sobre las vias. ¿Saben cómo se sostenía el piolín? Postes altos como el mástil de la bandera, niños, se usaban para sostenerlo, y las calles, empedradas,  tenían triste la mirada si no pasaba el tranvía. Niños, ¡el tranvía llegaba! ¿Y el ruido? Todo lenguaraz de poca barba era capaz de imitarlo. Ruidos metafóricos encumbrados en inéditas prosodias suscitaban en el vulgo singular constitución auditiva. Problemáticas diversas engendraron expedientes inconclusos que Juan Perez no llevó a cabo. ¡Caramba, que ruido largo, me abruma el psitasismo!
¿Y el tranvía, señores? ¿Y el tranvía?


En Buenos Aires el tranvía
anduvo hasta hace pocos días.
Y como diría Argensola en el Martín Fierro:
Porque esas viejas vías que todos vemos,
no son viejas, ni son vías,
son un yacimiento de hierro.